Robert Kearns y el limpiaparabrisas intermitente, la epopeya

Robert Kearns y el limpiaparabrisas intermitente, la epopeya
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Haciendo limpieza me he encontrado con una antigua historia que me ha llamado la atención y que cuenta con todos los alicientes para que algún día un guionista se anime y escriba una película. Oh, wait, ya lo hicieron (aunque la tengo pendiente). Se trata de la epopeya de un hombre y su invento. El hombre es Robert Kearns; el invento, el limpiaparabrisas intermitente.

Sí. Todos tenemos presente que en un coche cuando llueve accionamos un mando y se pone en funcionamiento un aparatito muy sencillo que tiene varias velocidades. Si llueve a mares, lo ponemos a toda marcha; si llueve algo menos, elegimos una velocidad media; y si apenas caen gotas… usamos la intermitencia, ahora que la tenemos. Pero eso no siempre fue posible.

La aventura de Robert Kearns con los limpiaparabrisas intermitentes es la crónica de una invención que pasó por ser uno de los robos de ideas más comentados y controvertidos de la historia más reciente de la automoción. Es un tema que cíclicamente vuelve a nosotros, de la misma forma que la escobilla del limpiaparabrisas va pasando por el cristal.

Patente Mary Anderson

Recapitulemos. Mary Anderson inventó el limpiaparabrisas después de una experiencia algo chocante. Oriunda de la cálida Alabama, Anderson realizó un viaje a Nueva York en pleno invierno y se encontró con que los conductores no podían circular con los cristales llenos de nieve y hielo sin parar cada dos por tres para limpiarlos y recuperar la visibilidad. La situación le llamó la atención.

Los conductores no entendían que aquello fuera un problema, lo tenían por algo normal. Claro, que visto desde fuera… hombre, algo curioso sí que resultaba. A la buena mujer se le encendió la bombilla (de las de Edison, por lo menos) e inventó una varilla metálica con banda de goma que al accionarla desde el interior del vehículo pasaba sobre el cristal y lo secaba.

En 1903, según la imagen de arriba (aunque hay quien habla de 1905), Mary Anderson patentó su invento en medio de las reticencias de quienes veían en el limpiaparabrisas un factor de distracción. Poco después, un tal Henry Ford, que estaba diseñando un automóvil que revolucionaría la fabricación de vehículos, se interesó por el diseño de Anderson, aunque parece ser que nunca llegó a tener contacto directo con la inventora.

El limpiaparabrisas llegó a los coches en la decada de 1910, primero desmontable y accionado de forma manual, y luego movido con un automatismo. El dispositivo se convirtió en un estándar en los automóviles, aunque al automatizar su accionamiento el limpiaparabrisas funcionara a piñón fijo, ya cayera una tromba de agua o simplemente lloviznara.

Y aún faltaban unos años para que naciera Robert Kearns.

Limpiaparabrisas Valeo

Del ojo perdido al invento del sótano

1953. Ya tenemos a Robert Kearns nacido y crecido. Tiene 26 años. Cuenta la leyenda que se ha casado y que en la celebración un tapón de champán impacta contra su ojo izquierdo. La práctica pérdida de visión en ese ojo y —cuentan algunos, otros lo desmienten— un trayecto realizado en un día lluvioso hacen que Kearns se pregunte por qué el limpiaparabrisas no puede ser adaptativo.

Como un ojo que parpadeara, debe de pensar Kearns mientras observa el parabrisas en acción. Adaptativo al ritmo del parpadeo, adaptativo a la cantidad de agua que llueve. Intermitente. Hasta el momento, los limpiaparabrisas barren el agua, pero no son del todo eficaces si su funcionamiento no es gradual. Y además llegan a molestar.

Entre 1963 y 1967, Kearns obtiene 30 patentes del invento que lo ha tenido ocupado en el sótano de casa. Es un sistema que permite la intermitencia del movimiento a partir de componentes electrónicos. La cadencia viene regulada por la carga de un condensador. Cuando la carga alcanza un determinado voltaje, el condensador se descarga y activa el motor eléctrico del limpiaparabrisas durante un ciclo.

Entusiasmado con su ingenio, lo lleva a la planta de Ford en River Rouge, Detroit, la fábrica de automóviles que lo tiene fascinado desde que era un niño, soñando con convertirse en proveedor de la gran empresa norteamericana de la automoción. Allí, varios ingenieros contemplan la demostración pero la firma descarta incorporar el invento de Kearns.

Sistema patentado por Robert Kearns

De la frustración a la obsesión enfermiza

Sin embargo, en 1969 Ford equipa sus modelos Mustang y Mercury Cougar con limpiaparabrisas intermitente; y a partir de aquí, cada uno cuenta la feria según le va en ella. Ford explica que desde 1957 tenía a un ingeniero llamado Ted Daykin trabajando en el problema del limpiaparabrisas continuo. Daykin experimentó con el vacío generado en el motor y probó a incorporar la intermitencia con un cable bimetálico, hasta que la compañía se decantó por los sistemas eléctricos.

A Kearns la historia no le convence. Y menos, cuando ve que su invento ha corrido de mano en mano, popularizándose entre la mayoría de los fabricantes de automóviles. En 1976, el hijo de Robert Kearns compra un circuito electrónico para el limpiaparabrisas intermitente de un Mercedes-Benz, el frustrado inventor lo desmonta y descubre que es prácticamente idéntico al que diseñó él.

Poco después, Kearns sufre una crisis nerviosa y se obsesiona con viajar hasta Australia para encargarse de un proyecto de coche eléctrico que supuestamente le habría encomendado el ex presidente Richard Nixon. A medio camino, la Policía lo entrega a su familia, que lo recluye en un hospital psiquiátrico. Al salir al cabo de unas semanas, visiblemente desmejorado, Robert Kearns sólo tiene una idea en la cabeza: demandar a los fabricantes de automóviles.

Va primero a por Ford, empresa a la que reclama en 1978 una indemnización de 141 millones de dólares por daños. Más tarde aumentará la cuantía de su petición a 325 millones. Acaba metiéndose en pleitos con un total de 26 empresas, incluida Chrysler en 1982, que había incorporado el limpiaparabrisas intermitente a sus modelos cuatro años antes.

Ford Mustang de 1969
Ford Mustang de 1969

Intenta litigar también con General Motors y Mercedes-Benz, pero las empresas plantean una batalla llena de legalismos que acaban con los requerimientos de Kearns en desestimaciones por parte del juez, en parte porque el inventor se empeña en defenderse a sí mismo y acaba sucumbiendo ante la carga de trabajo que le suponen los procesos que tiene abiertos de manera simultánea.

La estrategia de los fabricantes para su defensa consiste en afirmar que para considerar un invento como tal, hay que aportar cierto grado de originalidad y novedad. En ese sentido, el limpiaparabrisas intermitente era para Ford y los demás una evolución demasiado obvia en la que todo el mundo andaba ya trabajando. Kearns rehace su versión de cómo concibió el invento, dándole mayor peso al tiempo de estudio que le dedicó y menos a su faceta como inventor accidental.

Tras muchos años, el juicio contra Ford se resuelve en 1990, y el juez sentencia a favor de Robert Kearns, obligando a la automovilística a pagar al inventor una suma de 10,1 millones de dólares por violación no intencional de patente, con la condición de no alargar más el proceso.

En el caso contra Chrysler, en 1991 el fallo favorece igualmente a Kearns aunque se especifica que la automovilística actuó de forma desleal, por lo que debe abonar a Kearns 18,7 millones de dólares más intereses. El fabricante presenta un recurso pero el Tribunal de Apelación lo rechaza, aunque permite que Chrysler siga montando el limpiaparabrisas intermitente en sus modelos.

Chrysler New Yorker Brougham de 1978
Chrysler New Yorker Brougham de 1978

Una historia con aristas y final agridulce

¿Podemos hablar de final feliz? A nivel personal, el limpiaparabrisas intermitente le salió muy caro a Robert Kearns y su familia. Se separó de su mujer y fue acusado de impago de la pensión, lo que le llevó a la cárcel mientras duraban sus procesos judiciales contra medio mundo. Al final, acabó muriendo en 2005 a la edad de 77 años, víctima de un tumor cerebral agravado por alzheimer.

Se cuenta que durante los años que duraron los procesos, Ford intentó que Kearns desistiera ofreciéndole hasta 50 millones de dólares, pero que el inventor rechazó el dinero afirmando que se movía por convicciones religiosas y por el séptimo mandamiento, ese que dice: “No robarás”. Por la misma razón, cuentan que tardó años en recoger el dinero de Chrysler, que finalmente resultaron ser 30 millones de dólares, de los cuales 10 millones se perdieron entre abogados.

¿Dónde está el límite de la realidad y dónde comienza la ficción? Esa es una buena pregunta. Mirando el asunto con perspectiva, resulta curioso que habiendo sucedido toda esta historia en un tiempo más o menos cercano existan diferencias en los datos que da cada uno de los que fueron testigos directos de la acción, hasta el punto de dificultar la confección de un relato de los hechos.

¿Es esta una historia de buenos y malos? Al final, quizá lo que sucede es que el limpiaparabrisas intermitente, lejos de cumplir su función, no deja contemplar demasiado bien lo que hay al otro lado del cristal. Habrá que echarle un vistazo a la película ‘Destellos de genio’ porque, al fin y al cabo, lo que se recordará de este caso a la vuelta de unos años será lo que en ella hayan querido contar.

Más información | Lemelson MIT, Cabovolo, The Washington Post, Ford, Universidad de Wayne
Foto | Bosch, Valeo, Oficina de Patentes de los Estados Unidos, Serious Wheels, Imperial WebPages

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